Ábranse los prados verdes de los días que aún no han sido, como si fuese la propia esperanza que regresa a esta orilla del océano de las tempestades una vez más. Llévense los días azules del invierno este corazón antiguo, ajado, arisco; déjenme el pecho vacío una temporada más.
Pónganme en la cavidad que deje ese corazón la canción de algún ave que venga a visitar mi ventana por un momento breve, con notas que resuenen en esa bóveda hecha de carne y huesos; dejen que en ese hueco taimado aquella ave haga un nido, una estación, un momento que en su brevedad irresoluble parezca eterno... denme estos días de invierno la idea de una perpetuidad que no se trastoque en la duda que hace la substancia y todos los pliegues de mi mente, sino que limpie el átomo fundamental en el que fui hecho.
Que este aire que ahora sabe a encerrado se limpie con los aullidos que vienen del septentrión; que haya una fragancia que renueve esta pulsión irrefrenable que sigo teniendo por respirar, que ufana llene mis pulmones y me libere de todo eso que sigue siendo el remanente del amor que he tirado por ahí, de esas ideas que se niegan a morir, de esos pendientes que no supe concluir... de culpas, propias y anexas, de errores, de narraciones que no pude deducir.
Que venga un día que sea nuevo, porque hay noches en las que este cuerpo se estremece pensando que no hay mañana que quiera llegar. Que su luz sea tan profunda, tan vigorosa, que mi existencia entera deje de ser; que me funda en un vapor fresco, frío, que viaje por el espacio sin que alguien lo pueda notar. Vaya así esta alma a cada hecho pasado, a cada persona vivida, a cada tiempo aciago y, en un último acto de amor, fúndase en esas personas, en esas ocurrencias, con un beso que las abarque a cada una, que las ame a cada una en un enlace infinito, postrero, que nos limpie y nos libere, de una vez y para siempre jamás.
Las grietas, las rajas, las roturas de este cuerpo, de esta alma... llénense absortas del brillo de algún metal etéreo, aureo, que las repare una vez que este cuerpo abandone su estado gaseoso, y regrese a su tangibilidad: Que esa misma substancia borre los dolores de sus recuerdos, y los ahogue en una sincronía que venga absorta de otra paz: Vaporícese en esos rellenos mi amor, si es un amor que mira al vacío. Crezcan entonces en mi querer quienes sepan hablar de espejos, de ojos, de piel, de cobijas, de estancias, de escuchas, de ideas, de muertes, de vidas, de esas cosas que siendo tan cotidianas escapan al registro de las almas que son simples, que no quieren ver...
Ábranse los cielos azules de una nueva travesía que cruce los espacios, y si mi cuerpo aciago tiene que quedarse en el proceso de este cambio, sea el tiempo adecuado aquel punto donde se siente que todo está al borde de romperse, de cambiarse, de trocarse en otra cosa, en eso que quiera querer ser. Que por un día demasiado sea suficiente, que por un día el anhelo no sea sordo, sino ciego. Que mi cerebro conozca una noche de quedarse con eso que es, y no con aquello que podría ser: que se haga en mi sien izquierda la aceptación profunda y sencilla de lo que sí hay, de lo que sí soy, de entender que todo el amor que dejé en este camino habrá contribuido al caudal que algún día desborde en bendiciones para todo lo que hay vivo en el orbe, sin importar si ese amor fué recíproco, despreciado, entendido o malinterpretado... que mi cerebro urda, sin más recelos, que amor al fín fué.
Ábranse los mundos dentro de mis mundos. Deje de ser eso que ya no fué...
Así sea.