octubre 01, 2020


A paso redoblado, atravesaron el largo de unas siete manzanas, acercándose cada vez más a la casa de veraneo de los Grossman. 


Laura, la niña, esperaba escuchar el murmullo del Danubio, que le parecía era el sonido más hermoso que había conocido en sus ocho años de vida; pero en cambio, aquel arrullo de agua estaba apocado por una serie de gritos lastimeros, y chillidos que no tardó mucho en reconocer…


Era su hermana… Gritando, como si se estuviera desgarrando la garganta, como si la vida se le fuera en ello, desconsolada, clamaba por ayuda al cielo, vociferando palabras que por causa de la distancia Laura no podía descifrar en el oído de su mente… Inmediatamente, se soltó de la mano de su madre, y corrió por la acera hasta la puerta de la casa… Abrió con un empujón, mientras su madre, con los ojos grandes, llenos de preguntas, la seguía con el mismo gesto de angustia. 


La luz que pasaba por la puerta se proyectó en el suelo, en el pasillo que llevaba a la sala, y entonces la niña descubrió pedazos de Lili, su muñeca, cortada en jirones, tirados a lo largo y ancho del lugar… Sin reparar demasiado en el dolor de ver a Lili ahí, tirada, deshecha, y obnubilada por ir a rescatar a su hermana, Laura siguió adentrándose en el pasillo, para descubrir piezas de otras muñecas, osos de felpa, ranas de tela, carneros tejidos, y conejos con el peluche mutilado, todos destripados, con la borra de fuera, y vestidos y pedazos de cabellos de lanas  distribuidos por todo el lugar… Sin saber qué pensar, Laura se abalanzó a la habitación que compartía con su hermana, de donde provenían los gritos que se escuchaban por toda la cuadra, y ahí descubrió a su padre, que sostenía en brazos a la otra niña, colapsada, aún en un grito, arqueada, sin poder tomar aire, roja como una manzana… 


—¡Niña, por el amor de Dios… Niña… Respira!— gritaba el hombre, alto, como un roble, y sin embargo empequeñecido por la circunstancia… Laura, la madre, se abalanzó por la puerta, empujándola sin querer, y le arrebató la  otra niña al padre… —¡Por favor, Hija! Respira… ¡Respira!— 


El cuerpo de la pequeña, languideciendo, sin oxígeno, dejaba que su cabeza rodara por sobre sus hombros, hacia atrás, como si se tratase de una muñeca más, rota también en el inexplicable evento… La madre se sentó sobre una de las camas gemelas, se la puso sobre el brazo izquierdo, y con la diestra, abrió el brazo lejos de su cuerpo, en lo que parecía una eternidad, que se elongaba por el tiempo… 


Laura temblaba… Mirar a su hermana así, la hacía sentir que ella misma moría tan solo de verla… Se escuchó un trueno, un relámpago que reventó en la habitación, proveniente de la palma de la mano de la madre de ambas, estallando contra la mejilla de la gemela colapsada, y de pronto, como un milagro, su boca pequeña, rosada, trémula, se abrió formando un abismo por el que el aire comenzó a hundirse, hacia sus pulmones. 


Entonces, todos respiraron. La pequeña se abrazó de su madre, ocultando la cara entre su propio hombro derecho, y el cardigan que llevaba puesto Laura la grande, y continuó sollozando, dolosamente, pero más quedo… Entonces Laura, la niña, pudo apartar la vista de su hermana, y mirar la devastación de aquel cuarto… El juguetero que yacía en una esquina estaba arrumbado de pedazos de juguetes, cortados, los de tela, rotos, los de celuloide, desclavados, los que eran de madera… Juguetes de ambas, muñecas de la Oma Grossman, regalos de las navidades y los veranos pasados, en aquel cuarto de tesoros que ambas compartían los meses de estío en Linz… Todos, destrozados, por lo que parecía ser una ira sin sentido, sin punto ni tregua… 


Asustada, temblando, aún sin entender qué había pasado, su visión de los horrores regados por toda la periferia fue interrumpida por la silueta de su padre, que la miraba acusatoriamente…. —¿Qué pasó aquí, Laura? ¿Qué es esto?— Sin saber qué responder, con una urgencia inexplicable por escuchar las aguas calmantes del río cercano, aún opacadas por los sollozos de su hermana, Laura se hizo hacia atrás, a un rincón  de la habitación pintada de azul, aún bajo la inquisitiva mirada de los ojos verdes, encendidos con furia, de su padre… 


—Los cortó todos. Los rompió todos. También a Lili…— Dijo entonces, con la voz interrumpida, entre un sollozo y otro, su hermana, que también la miraba fijo, llena de lágrimas, tratando de recuperar el aliento… Laura la grande entornó los ojos, con horror —otra emoción que la pequeña no había registrado en el rostro de su madre— y dijo quedo —No puede ser… No puede ser…


Pero entonces la hermana señaló la cama de Laura con un índice que parecía de fuego. El padre dio un paso en la dirección de aquel dedo, y apartando las sábanas, bajo la almohada, encontró las tijeras de su suegra, la señora Grossman, sustraídas del cuarto de costura que aquella tenía en la casa. 


Llevándose la mano a la cara tomó aliento, como quien intenta calmarse. Laura, aterrorizada, comenzó a balbucear —No… Pa… No… Nonononononono— —¡No! ¡¿No, qué Laura?!— Haciéndose pequeña, atrapada en la esquina azul, Laura cerró los ojos, y se cubrió el rostro, preguntándose si de algún modo se le había olvidado que ella fuera la causante de toda esa devastación, o si en realidad había sido su hermana, que ahora la culpaba, o si un hombre malo, de los que viven en las calles de Berlín se había metido a su cuarto, a romperlo todo, y a sus ocho años de edad no supo decir cuál de las tres alternativas era la más inverosímil de todas…



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