septiembre 27, 2011



Mar azul turquesa. Profundo, y transparente. 

En el fondo que queda cerca a un costado del embarcadero de madera, hay un círculo pintado sobre una lona que se encuentra sumergida; sobre ella permanecen los restos de un hombre, a medio devorar.

Como si se tratase de tiburones, hay dos leones --uno con melena, otro sin ella-- que nadan en torno al lugar. Pareciera que nacieron en el agua; son depredadores de dos mundos diferentes, que aquí se vinieron a juntar. 

Sus patas traseras ondulan verticalmente como las colas de los peces, y rondan en torno a una plataforma circular, que flota por sobre el cadaver del fondo. Yo quiero mirar. Mirar mejor... 

Me lanzo de la plataforma al agua fresca, que deslumbra en el azul intenso de su liviandad, y finalmente les veo de primera mano; me circundan, como ministros de la muerte, hasta que algo entienden al mirarme directo con esos ojos de gato, y finalmente se alejan para dejarme en paz. 

Uno de ellos se sumerge, hasta el fondo, pero se duele de una oreja; ha ido demasiado bajo en la columna de agua... Ruge, y su hocico libera una miríada de burbujas, que se elevan a la superficie del mar. Entonces, por alguna razón que no puedo entender, yo salto desde debajo de la superficie del agua, y me comienzo a elevar, en pleno aire; ellos me miran mientras floto suave, leve, ingrávido por sobre aquella costa, sus dos leones, su muerto, y ese azul, tan azul, del mar...


 Ábranse los prados verdes de los días que aún no han sido, como si fuese la propia esperanza que regresa a esta orilla del océano de las te...