octubre 19, 2020

Hay música. Segundos que discurren como las palabras de un poema. Un nocturno de ecos de las cosas que no fueron durante el día. La esperanza que no claudica. Mis piernas cansadas. Una sonrisa que se pinta en mi boca, y a veces cala hasta la base de mi pecho. Una... Quizás cien historias. Una gata que no sabe de maneras, ni de estar lejos de mí. Hay música. Hay una idea de lo que mañana puede ser. Hay una sensación de final, en la penumbra de la noche. Un rincón donde se escribe el mundo. Un beso que nunca fue. Los pensamientos de mi cabeza que te rondan, que te hablan en las horas distantes en las que estoy aún más lejos de ti. Hay un eco de palabras que abandonaron tus labios. La vibración de lo que produjeron en mí... El rastro indeleble de encontrarte, sin haberte hallado aún. Hay un plan. Hay esperanza. Hay destino... Pero sobre todo, hay música. Música para llenar dos almas. Hay un refugio. Hay un lugar para ti y para mi.

octubre 04, 2020

Tal vez deberías de saber que soy un tonto. Un tonto empedernido soñador. Tal vez deberías saber que soy aire. Tal vez deberías saber que te añoro. Que sueño con besarte. Con estar una hora a tu lado. Que a veces miro con los ojos de la mente tu rostro y las líneas de sus contornos hacen que me enamore de ti un poco más. Tal vez deberías saber que no puedo dejar de pensar en tus caderas. Que te busco entre las multitudes cuando voy por la calle, y me pregunto si tu haces algo parecido, buscándome también a mi. Me pregunto si ya nos conocemos, si nuestras sonrisas son familiares; si hemos compartido una hora, una anécdota, una canción... ¿Un café? 

Quizás no.

Me pregunto si al encontrarte será sencillo percatarme de que eres el hogar que tanto he buscado, o si me perderé en la apariencia de no entender todo lo que significas. Me pregunto si podrás saber a tiempo que soy el viento que buscan tus alas; el puerto que reciba tu barco, el hombre que sea tu cómplice, tu campeón, tu fanático, tu amor...

Se me ha ido media vida tratando de encontrarte. 

Reservo en el pecho un pedazo de carne cuya habitación más hermosa nunca nadie tocó. Aprendí a punta de palo paciencia, mesura, respeto, alegría, libertad, entrega... Una idea un poco menos fallida de lo que es el amor; y aunque sigo aprendiendo y cometo errores, en el repaso de todas las lecciones aprendidas al caminar de los años entiendo que por eso aún no habías llegado, separada de mi hasta que encontrase yo una calma más grande, una felicidad más genuina, un punto donde lo que importe sea lo importante, y no eso que solamente parece ser vital cuando uno no entiende bien de qué se trata el valor.

Me gusta que el sol, que el viento, que la luna en el cielo sean las cosas que hoy me hagan estar bien. Como el tonto romántico que soy, me pienso que sólo en esa tesitura de espíritu tendría la cordura para poder recibirte, y poder construir algo que sea fuerte para que dure lo que de vida quede en este tiempo que nos toca compartir. No pido que sea sencillo. No pido que el mundo sea fácil. Sólo quiero que me encuentres y te sientas en paz a mi lado. Que te pueda hacer reír. Que me ames con tu propia idea de amor. Que se encienda tu deseo si te miro profundo, y que elijas elegirme y pueda yo tomarte mientras andamos por la vida, declamando cuentos que hayamos escrito los dos. 

Quiero ser la tierra donde eches raíces. Quiero que seas el pecho donde pueda descansar cuando esté triste. Quiero que seas esa sonrisa que me llena los labios cuando te mire, y que en los tiempos malos lo bueno que nos unió  haya sido tan bueno, que no entienda otra opción que no sea quedarme a tu lado y cruzar de tu mano por el fango hasta que lleguemos a tierras más mansas otra vez. Quiero que cuando te enojes haya en mi cuello un recoveco donde encuentres la paz de nuevo. Quiero que seas mi aeropuerto. Mi locura. Mi sanidad.

Tal vez ahora entiendes que soy un soñador; uno que pide que --donde estés-- tengas siempre aliento, pan, un techo, inspiración, sonrisas, y mucho amor. Si un día te encuentro, te abrazaré como el tonto que soy, en la esperanza que ese abrazo le haga sentido a tu hermoso corazón.

octubre 01, 2020


A paso redoblado, atravesaron el largo de unas siete manzanas, acercándose cada vez más a la casa de veraneo de los Grossman. 


Laura, la niña, esperaba escuchar el murmullo del Danubio, que le parecía era el sonido más hermoso que había conocido en sus ocho años de vida; pero en cambio, aquel arrullo de agua estaba apocado por una serie de gritos lastimeros, y chillidos que no tardó mucho en reconocer…


Era su hermana… Gritando, como si se estuviera desgarrando la garganta, como si la vida se le fuera en ello, desconsolada, clamaba por ayuda al cielo, vociferando palabras que por causa de la distancia Laura no podía descifrar en el oído de su mente… Inmediatamente, se soltó de la mano de su madre, y corrió por la acera hasta la puerta de la casa… Abrió con un empujón, mientras su madre, con los ojos grandes, llenos de preguntas, la seguía con el mismo gesto de angustia. 


La luz que pasaba por la puerta se proyectó en el suelo, en el pasillo que llevaba a la sala, y entonces la niña descubrió pedazos de Lili, su muñeca, cortada en jirones, tirados a lo largo y ancho del lugar… Sin reparar demasiado en el dolor de ver a Lili ahí, tirada, deshecha, y obnubilada por ir a rescatar a su hermana, Laura siguió adentrándose en el pasillo, para descubrir piezas de otras muñecas, osos de felpa, ranas de tela, carneros tejidos, y conejos con el peluche mutilado, todos destripados, con la borra de fuera, y vestidos y pedazos de cabellos de lanas  distribuidos por todo el lugar… Sin saber qué pensar, Laura se abalanzó a la habitación que compartía con su hermana, de donde provenían los gritos que se escuchaban por toda la cuadra, y ahí descubrió a su padre, que sostenía en brazos a la otra niña, colapsada, aún en un grito, arqueada, sin poder tomar aire, roja como una manzana… 


—¡Niña, por el amor de Dios… Niña… Respira!— gritaba el hombre, alto, como un roble, y sin embargo empequeñecido por la circunstancia… Laura, la madre, se abalanzó por la puerta, empujándola sin querer, y le arrebató la  otra niña al padre… —¡Por favor, Hija! Respira… ¡Respira!— 


El cuerpo de la pequeña, languideciendo, sin oxígeno, dejaba que su cabeza rodara por sobre sus hombros, hacia atrás, como si se tratase de una muñeca más, rota también en el inexplicable evento… La madre se sentó sobre una de las camas gemelas, se la puso sobre el brazo izquierdo, y con la diestra, abrió el brazo lejos de su cuerpo, en lo que parecía una eternidad, que se elongaba por el tiempo… 


Laura temblaba… Mirar a su hermana así, la hacía sentir que ella misma moría tan solo de verla… Se escuchó un trueno, un relámpago que reventó en la habitación, proveniente de la palma de la mano de la madre de ambas, estallando contra la mejilla de la gemela colapsada, y de pronto, como un milagro, su boca pequeña, rosada, trémula, se abrió formando un abismo por el que el aire comenzó a hundirse, hacia sus pulmones. 


Entonces, todos respiraron. La pequeña se abrazó de su madre, ocultando la cara entre su propio hombro derecho, y el cardigan que llevaba puesto Laura la grande, y continuó sollozando, dolosamente, pero más quedo… Entonces Laura, la niña, pudo apartar la vista de su hermana, y mirar la devastación de aquel cuarto… El juguetero que yacía en una esquina estaba arrumbado de pedazos de juguetes, cortados, los de tela, rotos, los de celuloide, desclavados, los que eran de madera… Juguetes de ambas, muñecas de la Oma Grossman, regalos de las navidades y los veranos pasados, en aquel cuarto de tesoros que ambas compartían los meses de estío en Linz… Todos, destrozados, por lo que parecía ser una ira sin sentido, sin punto ni tregua… 


Asustada, temblando, aún sin entender qué había pasado, su visión de los horrores regados por toda la periferia fue interrumpida por la silueta de su padre, que la miraba acusatoriamente…. —¿Qué pasó aquí, Laura? ¿Qué es esto?— Sin saber qué responder, con una urgencia inexplicable por escuchar las aguas calmantes del río cercano, aún opacadas por los sollozos de su hermana, Laura se hizo hacia atrás, a un rincón  de la habitación pintada de azul, aún bajo la inquisitiva mirada de los ojos verdes, encendidos con furia, de su padre… 


—Los cortó todos. Los rompió todos. También a Lili…— Dijo entonces, con la voz interrumpida, entre un sollozo y otro, su hermana, que también la miraba fijo, llena de lágrimas, tratando de recuperar el aliento… Laura la grande entornó los ojos, con horror —otra emoción que la pequeña no había registrado en el rostro de su madre— y dijo quedo —No puede ser… No puede ser…


Pero entonces la hermana señaló la cama de Laura con un índice que parecía de fuego. El padre dio un paso en la dirección de aquel dedo, y apartando las sábanas, bajo la almohada, encontró las tijeras de su suegra, la señora Grossman, sustraídas del cuarto de costura que aquella tenía en la casa. 


Llevándose la mano a la cara tomó aliento, como quien intenta calmarse. Laura, aterrorizada, comenzó a balbucear —No… Pa… No… Nonononononono— —¡No! ¡¿No, qué Laura?!— Haciéndose pequeña, atrapada en la esquina azul, Laura cerró los ojos, y se cubrió el rostro, preguntándose si de algún modo se le había olvidado que ella fuera la causante de toda esa devastación, o si en realidad había sido su hermana, que ahora la culpaba, o si un hombre malo, de los que viven en las calles de Berlín se había metido a su cuarto, a romperlo todo, y a sus ocho años de edad no supo decir cuál de las tres alternativas era la más inverosímil de todas…



septiembre 23, 2020


Una tarde, despertando de uno de aquellos sueños, cuando el sol ya había pasado por el cenit sobre el pozo, abrí de nuevo mis ojos, para percatarme que en torno mío había sembrados mendrugos de pita, mojados, rancios, e incluso llenos de moho, en distintos grados de descomposición… Quince, en total… Uno por cada día que no había comido lo que los guardias me iban a arrojar. Quise levantarme, para ponerme en posición adecuada, y volver a buscar aquel mihrab invertido, pero no pude.

Mi cuerpo estaba tan débil, que no me podía mover. Bajé una mano, me puse agua en la boca, y quise cerrar los ojos para dormir otra vez, pero entonces una piedrecilla se desbarrancó de la superficie, y me percaté que uno de los guardias que a veces cuidaban de mí se había asomado al pozo, mirando la condición de mi estado, entre los mendrugos regados… 

Su cara descompuesta, inundada de susto – quién sabe, su propia vida podría haber pendido de la mía--  de pronto desapareció por la orilla del pozo. 

No sé cuánto tiempo transcurrió porque me volví a dormir, hasta escuchar el eco de nuevos movimientos en la superficie… Bajo un cielo obscurecido, casi nocturno, el mismísimo Vizier, el antiguo regente, coronado de un turbante ricamente bordado, y con sus dos rubíes al frente, se asomó al pozo, y gritó con fuerza ¨¡¡¿QUIÉN ESTÁ AHÍ?!!¨ Alcé el rostro, producto de aquel grito, mientras el cuello me temblaba, como si fuera un gato recién parido, y discerní entre el juego de luces su rostro moreno, surcado por líneas de  arrugas que marchaban por toda su frente, y a través de cada rincón de aquella cara vieja y barbada, color plata… 

Entonces me dejé llevar por una imagen del pasado, en el oasis de Bahariya, cuando aquella barba no era tan blanca, sino que aún tenía manchones de un negro intenso, aquí y allá… Entonces, en ese recordar, el Vizier se me acercó a decirme algo extraño,  acerca de sus dos rubíes… Señalándolos, siempre montados sobre el turbante de ocasión, reflejando el sol a luces quebradas en infinitos destellos carmesí; me dijo, en aquella memoria improbable, ¨Estos son Al-Nnas y Zahar. Son mis dos rubíes. Están siempre montados en mi frente, porque representan los únicos dos concernimientos que deben tener los hombres sabios…¨

 ¨¿Y qué son esos consentimientos, Vizier?¨ pregunté yo, en una voz chillona y sin modular, propia del niño de cinco años de edad que un día fui… ¨Cállate, bugna, Azid. Escucha:¨ Su entrecejo se frunció, e hice silencio. ¨Son con-cer-ni-mien-tos… subrayando la palabra, me dijo: ¨Y son las dos únicas cosas que importan en la vida: Deber y Familia. Pueblo y azúcar,  así como yo llamo a mis rubíes.¨ 

--¨¡¡¿QUIÉN ESTÁ AHÍ?!!¨-- volvió a gritar, desgarrando la oscuridad del presente, y mi recuerdo se rompió en un grito, exhalado a pulmón… ¨¡DEBER Y FAMILIA, VIZIER!¨… Aquel, desconcertado por un segundo, dejó que sus ojos se tornaran rojos y acuosos, antes de apretarse con una mano la boca y la mitad del rostro… Casi de inmediato respiró profundo y en un instante se secó una lágrima que comenzaba a rodar por su mejilla izquierda, hasta finalmente recobrar la compostura, envuelta en la pompa y la circunstancia que de común lo caracterizaban, para preguntar de nuevo… ¨¡Por favor, Azid! ¡Llevas noventa días ahí!... Por el amor al altísimo… Respóndeme… ¨¡¡¿QUIÉN ESTÁ AHÍ?!!...¨ 

Y entonces, irremediablemente, entendí… Supe de súbito qué era lo que tenía que responder. Pensé para mis adentros: ¨Quién eres tu, gopi, aguador de camellos… ¿Quién?¨ Y respondí con una voz quebrada, audible apenas… ¨Soy… Soy tan solo un esclavo… Yo soy… Estoy… Al servicio de nuestra señora de Fatim, Ismat, de la casa… de la casa de B´ab Mkhallif´at al Rasul… Yo… Soy un esclavo, señor…¨ 

Entonces, aquel hizo un gesto, alejando la mirada de mí, y los dos guardias que lo acompañaban se descolgaron con sogas por las paredes del pozo, para atarme por el pecho, bajo las axilas, y sacarme montado sobre la espalda de uno de ellos, abatido, consciente apenas, fuera de aquella prisión. ¨Soy un esclavo¨, me repetí en silencio, y entonces perdí el conocimiento, tras percibir brevemente las luces y el aire libre de la noche estrellada en aquella ciudad, en medio del desierto.

 Ábranse los prados verdes de los días que aún no han sido, como si fuese la propia esperanza que regresa a esta orilla del océano de las te...