septiembre 23, 2020


Una tarde, despertando de uno de aquellos sueños, cuando el sol ya había pasado por el cenit sobre el pozo, abrí de nuevo mis ojos, para percatarme que en torno mío había sembrados mendrugos de pita, mojados, rancios, e incluso llenos de moho, en distintos grados de descomposición… Quince, en total… Uno por cada día que no había comido lo que los guardias me iban a arrojar. Quise levantarme, para ponerme en posición adecuada, y volver a buscar aquel mihrab invertido, pero no pude.

Mi cuerpo estaba tan débil, que no me podía mover. Bajé una mano, me puse agua en la boca, y quise cerrar los ojos para dormir otra vez, pero entonces una piedrecilla se desbarrancó de la superficie, y me percaté que uno de los guardias que a veces cuidaban de mí se había asomado al pozo, mirando la condición de mi estado, entre los mendrugos regados… 

Su cara descompuesta, inundada de susto – quién sabe, su propia vida podría haber pendido de la mía--  de pronto desapareció por la orilla del pozo. 

No sé cuánto tiempo transcurrió porque me volví a dormir, hasta escuchar el eco de nuevos movimientos en la superficie… Bajo un cielo obscurecido, casi nocturno, el mismísimo Vizier, el antiguo regente, coronado de un turbante ricamente bordado, y con sus dos rubíes al frente, se asomó al pozo, y gritó con fuerza ¨¡¡¿QUIÉN ESTÁ AHÍ?!!¨ Alcé el rostro, producto de aquel grito, mientras el cuello me temblaba, como si fuera un gato recién parido, y discerní entre el juego de luces su rostro moreno, surcado por líneas de  arrugas que marchaban por toda su frente, y a través de cada rincón de aquella cara vieja y barbada, color plata… 

Entonces me dejé llevar por una imagen del pasado, en el oasis de Bahariya, cuando aquella barba no era tan blanca, sino que aún tenía manchones de un negro intenso, aquí y allá… Entonces, en ese recordar, el Vizier se me acercó a decirme algo extraño,  acerca de sus dos rubíes… Señalándolos, siempre montados sobre el turbante de ocasión, reflejando el sol a luces quebradas en infinitos destellos carmesí; me dijo, en aquella memoria improbable, ¨Estos son Al-Nnas y Zahar. Son mis dos rubíes. Están siempre montados en mi frente, porque representan los únicos dos concernimientos que deben tener los hombres sabios…¨

 ¨¿Y qué son esos consentimientos, Vizier?¨ pregunté yo, en una voz chillona y sin modular, propia del niño de cinco años de edad que un día fui… ¨Cállate, bugna, Azid. Escucha:¨ Su entrecejo se frunció, e hice silencio. ¨Son con-cer-ni-mien-tos… subrayando la palabra, me dijo: ¨Y son las dos únicas cosas que importan en la vida: Deber y Familia. Pueblo y azúcar,  así como yo llamo a mis rubíes.¨ 

--¨¡¡¿QUIÉN ESTÁ AHÍ?!!¨-- volvió a gritar, desgarrando la oscuridad del presente, y mi recuerdo se rompió en un grito, exhalado a pulmón… ¨¡DEBER Y FAMILIA, VIZIER!¨… Aquel, desconcertado por un segundo, dejó que sus ojos se tornaran rojos y acuosos, antes de apretarse con una mano la boca y la mitad del rostro… Casi de inmediato respiró profundo y en un instante se secó una lágrima que comenzaba a rodar por su mejilla izquierda, hasta finalmente recobrar la compostura, envuelta en la pompa y la circunstancia que de común lo caracterizaban, para preguntar de nuevo… ¨¡Por favor, Azid! ¡Llevas noventa días ahí!... Por el amor al altísimo… Respóndeme… ¨¡¡¿QUIÉN ESTÁ AHÍ?!!...¨ 

Y entonces, irremediablemente, entendí… Supe de súbito qué era lo que tenía que responder. Pensé para mis adentros: ¨Quién eres tu, gopi, aguador de camellos… ¿Quién?¨ Y respondí con una voz quebrada, audible apenas… ¨Soy… Soy tan solo un esclavo… Yo soy… Estoy… Al servicio de nuestra señora de Fatim, Ismat, de la casa… de la casa de B´ab Mkhallif´at al Rasul… Yo… Soy un esclavo, señor…¨ 

Entonces, aquel hizo un gesto, alejando la mirada de mí, y los dos guardias que lo acompañaban se descolgaron con sogas por las paredes del pozo, para atarme por el pecho, bajo las axilas, y sacarme montado sobre la espalda de uno de ellos, abatido, consciente apenas, fuera de aquella prisión. ¨Soy un esclavo¨, me repetí en silencio, y entonces perdí el conocimiento, tras percibir brevemente las luces y el aire libre de la noche estrellada en aquella ciudad, en medio del desierto.

 Ábranse los prados verdes de los días que aún no han sido, como si fuese la propia esperanza que regresa a esta orilla del océano de las te...