octubre 11, 2019



Guardemos un silencio que dure tres años. No. Menos. Dos años y cinco meses. Sigamos tu indicación, y pretendamos que en ese tiempo no ocurrió nada que pudiera contarse. Nada que mereciera una recopilación de los hechos, los recuerdos y las memorias que hoy tanto quieres acallar.

Hagamos de cuenta que nunca me trastocaron tus ojos. Que las improbabilidades de nuestro encuentro  gozaban en realidad de cifras muy mundanas, y que coincidir fue una de esas cosas que ocurren todos los días. Digamos que las risas, que las salidas, que los días, que los meses, son en realidad escenas provenientes de recuerdos que no son nuestros... Digamos que somos dos extraños, y nada más.

Digamos que nunca te seduje. Que mi presencia no te hacía vibrar. Digamos que nunca pude inteligir lo que en palabras no sabías expresar. Digamos que nunca me quisiste; o bien que --como sostienes ahora-- no me quisiste lo suficiente: Pensemos que me haya entregado a ti de un modo que te hizo sentir que tu amor era poca cosa. Aceptemos que soy un hombre lleno de fallas, y que algunas de ellas son insalvables. 

Eliminemos de la ecuación que pudieras haber tenido miedo. Miedo de mí. Miedo de que te doliese el estómago en los momentos previos a tenerme que separar del lugar donde hicimos nuestro refugio, al final de cada fin de semana. Miedo de que hubiera una forma de hacer que todo pudiera funcionar. Miedo de hablar. Imaginemos que eso nunca pasó.

Si añadimos todos mis defectos, todas las abolladuras que he juntado en el cuerpo... Los raspones, los arañazos y esas otras cosas rotas que pueblan mi cabeza y mi pecho... Las cosas que esperabas que dijera y no supe decir; las cosas que quería para ti, pero no pude encontrar a tiempo, y si además pretendemos --como insistes-- que no hubo conversación, almohada, comida, ni noche estrellada, madrugada o alba que nos encontrase juntos comiendo de la esperanza del día desde antes del ocaso... Entonces, sí.

Lo mejor es que te hayas marchado.


 Ábranse los prados verdes de los días que aún no han sido, como si fuese la propia esperanza que regresa a esta orilla del océano de las te...