julio 27, 2023

Tienes ojos de tahúra.

Lo mismo son café por las tardes, que color miel en las mañanas. Verdes, si saliste de fiesta; rojos, como los de un conejo, cuando te miro a media madrugada. Me engañan, cambiando de color según les plazca, quizás en el ánimo de despojarme de mi fortuna.

No lo hagas. Mirarlos es parte de mi fortuna. Perder esa riqueza sería como perder la luna.

Caería por el abismo que pinta tu pupila, precipitándome al olvido de esa oscuridad allende lo que de ti percibo; quizás en una picada sin fin, que me lleve una eternidad en completar, hasta llegar al centro de ti, para fundirme en ti, y ver si así comprendo eso que piensas mientras me miras y prefieres guardar silencio.

A veces, cubierto de temor, franquea la puerta de mis labios un 'te amo' que de pronto, de tanto que me haces sentir, se queda corto en la brevedad de una existencia tan efímera que imposiblemente podría transmitir eso que siento por ti. Expuesto, como estoy, reiterarte que mi corazón te pertenece se convierte en un acto suicida: mientras me pierdo en la nívea pradera de tu vientre, y mi rostro recorre el camino que va a tu entrepierna, con una mano lanzo la soga que se sujetará a una viga y trozará mi cuello, mientras te hago el amor en una noche que deja de ser cualquiera si se llena con el sonido de tus gemidos. Que termine muerto. Que muera en tu entrepierna.

Lo demás, es vanidad paupérrima.

Hay días en los que me pregunto por qué no tuve la licencia de dedicarte las primaveras que se fueron. Por qué no te encontré esa marca que llevas en la espalda --símbolo de nuestro sacramento-- en algún punto previo a los días del estío, que ahora traen lluvias, frío, lentes sin los que no puedo sobrevivir, dolencias que no entiendo. A veces me pregunto por qué mi cuerpo no fué tuyo por más tiempo, y por más que me diga que no hay hora correcta, sino esta, para nuestro encuentro, no dejo de naufragar en esas olas del qué será, si hubiera sido eso que no fué.

Maldita mi constitución, mi naturaleza tan aérea.

Malditas mis manos que no pueden abarcarte el corazón entero, que no saben abrir los significados de cuanta palabra abandona tus labios, que si hurgan en las cosas que te hacen el pecho te tornan incómoda y temerosa. Ojalá aprendiera el modo adecuado de hacer que la línea de seda que urde tus historias sea un flujo inacabable de respuestas que mis preguntas nunca forzaron  a ver la luz del día que haya entre nosotros.

Preguntador... ¿Qué más tienes para preguntar?

Todo. Te tengo malas noticias: Todo. Quiero entender la razón por la que la uña de tu meñique derecho se curva hacia afuera. Quiero conocer la historia de cada peca que te traza el rosto. Quiero llevar una bitácora de la aparición de tus lunares. Quiero conocer cada pliegue de la cueva que dibuja tu sexo. Quiero saber cada historia que llevas prendida al pecho. Quiero que me ames en mi imposible naturaleza elíptica, recurrente,  chocante, vendavalesca... y si terminas por odiarme, asegúrate que en el pecho me quede tan solo un sitio hueco, antes de irte, antes de abandonarme.

Pero si en ti está, no te vayas. Deja que te robe el aliento. Deja que mis ideas insulsas seduzcan esa parte de ti que no es devota de la lógica. Sálvame como si fuera un gato desvalido, y piérdete conmigo si un día te lo pido. En el fondo soy un tipo que quiere ser bueno. Soy un caso que no está totalmente perdido. Soy un padre. Soy un niño. Soy un loco. Soy esta voz de razón que en la ciénaga a veces te ilumina el camino.

Y lo diré una vez más, como el suicida que con la venas abiertas lleva su navaja de nuevo a las muñecas enrojecidas:

Te amo, mujer. Cuánto te amo.





 Ábranse los prados verdes de los días que aún no han sido, como si fuese la propia esperanza que regresa a esta orilla del océano de las te...