enero 22, 2023

  Hágase la hecatombe de los diecisiete días con sus noches todas en los que he comido de tu presencia lejana, como quien come de un pan para consagrar.

Vengan a mi tus labios y esa lengua ufana que ataca mi boca con un vaivén que no entiendo sino hasta el tercero de tus besos, en un ritmo que se va sincronizando de a poco, hasta el punto en que la noche se vuelve la nueva mañana. Tóqueme tu mano por sorpresa, en sitios donde solo soñaré que hubiera sido posible, una noche de enero con primavera lozana, ininteligible, imposible de prevenir.

Piérdanse mis ojos en los tuyos, peregrinos extraviados en la ruta de un Santiago que quiere llegar al valle que se hace entre tus senos, rogando por hacer cumbre en la horma de tu pezón, oculto en un azul que de mar hace mi mirada naufragar...

Regálame esas piernas. Que me muera un poco, habitando en medio de ellas. Que la insulsa traza que describen mis yemas se vuelva el río candente de un amor que no piense en ninguna consecuencia.

Que se calle la cabeza. La tuya también. Que nos dejen de contar historias añejas. Limpia mis pecados en esta coincidencia, y no pares de hablar, porque ponerte inquieta es el único objeto de cualquier ciencia en esta, u otra noche de una cuenta que ojalá nunca se quiera acabar.

Abrázame fuerte. No me vayas a soltar. Que de mi boca salgan las palabras correctas en este desfiladero de emociones, que solicitan con desesperanza ser aturdidas por los años que llevo guardados en el espaldar...  Ahora cállate. Cállame. Ponme otro beso en los labios, y que el mundo arda allá afuera. Que se quemen las memorias, que se incineren los miedos. Que se fundan las distancias. Que mi cielo azul, pleno, se haga una tormenta con lo profundo de tu mar...

Vuélvete luego un remanso, un océano calmo, donde mis heridas tengan un sentido. Déjame abrazarte, y curar los huesos que tengas rotos. Dejaré de ser un espectáculo abyecto, para volverme tan solo un hombre, que encuentra tan solo a una mujer. Regrésame luego al mundo, a volver a ser iracundo, despiadado, intransigente, hasta que te vuelva a ver.

Pero sobre todo, bésame. Bésame. Haz de tu boca el portal que me conduzca a tu corazón. Quita de en medio a la abeja, para poder verte mejor. Aquí me encuentro, pretendiendo estar desnudo, atento, abierto en este encuentro nuevo, quién sabe a cuántas lunas desde la última vez que pasó.

Hágase la hecatombe de los diecisiete días con sus noches todas, más la centena de otros centenarios desde que nuestras almas se cruzaron niñas, por primera vez; bebe de mi pensamiento, de lo que te ofrezco, de la incógnita que te traigo, del miedo que te causo, de la ausencia de certezas que no sean las certezas de lo que sentimos, como quien bebe en la eucaristía de coincidir... 

Una vez más.





 Ábranse los prados verdes de los días que aún no han sido, como si fuese la propia esperanza que regresa a esta orilla del océano de las te...